El autoritarismo familiar hace que crezcamos con miedo. ¿Cómo influye haber tenido ese tipo de educación en nuestras relaciones de pareja? ¿Hará quizá que nuestros vínculos sean más infelices o dependientes?
Autocontrol, exigencia, rigidez, falta de calidez, orientación al sacrificio y la obediencia… Crecer en una familia autoritaria es como vivir durante una parte de nuestra vida en una secta. Cumplir con los mandatos de unos cuidadores demandantes, rígidos y nada nutritivos emocionalmente distorsiona por completo el desarrollo psicosocial.
No es hasta que uno tiene cierto uso de razón cuando descubre, con pavor, que las dinámicas que vive a diario con sus padres no son las habituales. De pronto, comparamos a nuestros progenitores con los de nuestros amigos del colegio y tomamos conciencia de que algo falla. Mientras hay padres que tratan con cariño, que guían, valoran y protegen, los nuestros solo ordenan y castigan.
Las familias estrictas educan con miedo, las dialogantes con amor. Una crianza con falta de elogios, vacía de apoyo y desprovista de seguridad y comunicación emocional distorsiona la visión que tenemos de nosotros mismos. Las heridas del autoritarismo en la infancia llegan hasta la edad adulta, afectando incluso a nuestras relaciones de pareja.
La autoestima frágil e incluso la ira acumulada son dos marcas psicológicas que suele dejar el autoritarismo familiar.
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Crecer en una familia autoritaria: ¿cómo afecta a las relaciones afectivas en la edad adulta?
Fue a mediados de los 60 cuando la psicóloga Diana Baumrind identificó tres estilos de crianza: autoritario, permisivo y democrático. Así, y por llamativo que nos parezca, son muchas las personas que ven con buenos ojos la educación estricta y severa. Confunden normas y disciplina con el modo de hacer que se respeten, cayendo en la tentación de poner en marcha prácticas realmente destructivas para el niño.
Muchos eligen este estilo de crianza por su cultura, personalidad, porque fueron educados de ese modo o bien porque asumen que es así como se forman personas responsables. El “porque yo te lo mando” es para ciertas mentes el mejor modo de tener a los hijos bajo control. Sin embargo, desconocen que crecer en una familia autoritaria termina invalidando a los hijos en competencias básicas para el bienestar, la autorrealización y la felicidad.
De hecho, es importante saber que las vivencias y los significados que cada uno obtenemos de nuestras relaciones parentales afectan de manera directa a nuestras relaciones de pareja. El modo en que lo hace es el siguiente.
La crianza autoritaria es el sustrato de muchos trastornos psicológicos en el adulto joven, así como en la imposibilidad de construir relaciones de pareja felices.
El pensamiento de no ser lo bastante bueno para la pareja
La autoestima modula la percepción que tenemos de nosotros mismos. Pasar nuestros primeros años de vida condicionados por la exigencia, la severidad, los mandatos y los castigos erosiona nuestra valía. Mensajes como “¿por qué no haces nada bien?” o “¿cuántas veces tengo que repetirte las cosas?” nos hacen sentir falibles, torpes y hasta defectuosos.
Así, quien ha interiorizado este tipo de narrativas casi nunca se siente a la altura de su pareja. Duda de sí mismo y, a veces, hasta percibe al ser amado como a ese progenitor que está en una posición de superioridad. De hecho, si hay algo que necesita de forma constante es aprobación, refuerzos y validación de esa figura de “poder”.
La desesperación emocional y alteraciones en el apego
Crecer en una familia autoritaria deriva en notables desafíos en el ámbito de la intimidad relacional. Hay una gran desesperación emocional, es decir, se arremolinan desde el miedo al abandono y la necesidad de recibir amor, hasta la desconfianza. Esta última es propia de quien teme ser herido en cualquier momento, esa de quien desarrolló, por ejemplo, un apego ansioso con sus cuidadores.
Un estudio del Journal of Personality and Social Psychology en 1990, por ejemplo, ya nos hablaba de la influencia del apego en el tipo de relación que construimos en la edad adulta. Por lo general, el autoritarismo familiar suele afianzar un tipo de apego ansioso o bien evitativo. Esto deriva en personas que necesitan reafirmar constantemente su relación o en aquellos que se escudan en la autosuficiencia y la frialdad emocional porque temen ser heridos de nuevo.
La comunicación de las emociones y necesidades deficiente
Las familias estrictas no dejan espacio al diálogo, solo al mandato. Esto hará que todo niño educado en un sistema familiar severo no desarrolle buenas habilidades de comunicación emocional. Ni tan solo se atreverá en la edad adulta a hablar de sus necesidades con su pareja porque ha aprendido desde pequeño que estas carecen de importancia. Asimismo, rara vez expresará lo que piensa y siente por temor a ser reprendido o rechazado.
El pensamiento excesivo y la inseguridad relacional
Crecer en una familia autoritaria hace que aprendamos que lo más importante para sobrevivir en estos escenarios es callar y obedecer. Sin embargo, la mente, lejos de quedar silenciada, se aboca al pensamiento excesivo, ese que se alimenta desde el resentimiento, la frustración, la angustia y hasta el miedo.
La persona criada en estos contextos desarrolla vínculos afectivos inseguros: teme ser traicionada, abandonada, no ser lo bastante buena para el ser amado, experimenta celos y le aterra cometer errores en algún momento.
La tendencia hacia las relaciones abusivas
Hay un hecho llamativo en quienes pasaron por la experiencia de ser educados por una familia estricta y autoritaria. Es común que confundan abuso con amor y dominación con afecto. Integrar desde bien temprano este patrón relacional distorsionado hace que se caiga de forma recurrente en relaciones abusivas. No es fácil desactivar estas creencias arraigadas desde la infancia.
El conformismo relacional y en la depresión
El padre o la madre autoritaria era una presencia que todo lo llenaba. No solo ejercía el “ordeno y mando” con mano de hierro, también ocupaba territorios mentales haciendo creer a los hijos que su única obligación era obedecer. Nada más. Este mensaje implícito, pero constante, suele conducir a una situación de indefensión aprendida: uno no puede cambiar su realidad. No puede defenderse.
Este enfoque, esta forma de conformismo patológico, también pueden instalarse en una relación de pareja. Crecer en una familia autoritaria nos vuelve pasivos, nos dejamos llevar, decimos “sí” cuando necesitamos un “no” y no siempre nos defendemos de lo que duele. Más que nada porque nos hemos habituado al dolor. Es muy fácil caer en una depresión en estos contextos.
La retroalimentación negativa recibida en la infancia a raíz de la severidad, la disciplina férrea y el comportamiento dominante de los progenitores conducen a que ese adulto desarrolle un trauma. Esto afectará a la calidad de sus relaciones de pareja.
¿Qué hacer si fuimos educados por personas autoritarias?
¿Se puede curar la herida del autoritarismo paterno o materno? ¿Podríamos tener relaciones de pareja más saludables y felices si sanásemos esa herida del ayer? La respuesta es sí. Lo primero que deberíamos saber es que la crianza basada en la severidad, la amenaza, la falta de diálogo y la rigidez es una forma de maltrato.
La terapia psicológica es lo más idóneo en estos casos para poder abordar el peso de esa infancia traumática, de esa adolescencia marcada por las amenazas y los castigos. Todos podemos deshacernos de ese lastre que erosiona nuestra autoestima para reparar valías, fortalezas y carismas con los que construir vínculos más sanos y, sobre todo, felices.